¿Ganamos las mujeres en Colombia con la ampliación de la licencia de maternidad?
Los beneficios de la política de la ampliación de la licencia de maternidad son diferenciales. El debate sobre la equidad de género se ha sofisticado durante los últimos 20 años en nuestros contextos y hablamos de efectos “no esperados” o consecuencias “cruzadas” de las políticas públicas. Esto implica entender que esta norma entra a jugar con otras regulaciones paralelas que determinan la manera en la que entendemos la maternidad y las responsabilidades derivadas de ella.

Varios periódicos nacionales anuncian que el 2017 será un “buen año” para las mujeres. El pasado 4 de enero de 2017 se sancionó la ley 1822, que amplía la licencia de maternidad remunerada de 14 a 18 semanas, y extiende las garantías de la madre biológica al padre del niño(a) sin el apoyo de esta (por enfermedad o muerte, exclusivamente). Paralelamente, la ley 1823 de 2017 busca promover el uso de las salas amigas para la lactancia en los espacios laborales.
Algunos investigadores en el campo del derecho laboral aplauden la medida. Por ejemplo, el investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario, Iván Daniel Jaramillo, señala que la ampliación de la licencia es una medida acorde a la Recomendación 191 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Los argumentos para celebrar la reforma son, entre otros, el rompimiento de la tensión entre la maternidad y la productividad, el favorecimiento del cuidado de los y las menores en los primeros años de desarrollo y correlativamente la reducción de las patologías y las demandas al sistema de salud. A más niños y niñas sanos, mejor y más eficiente será la operación del sistema de seguridad social en salud, afirman sus promoteres. (Ver: https://www.ambitojuridico.com/BancoConocimiento/Laboral-y-Seguridad-Social/la-tendencia-latinoamericana-es-ampliar-la-licencia-de-maternidad).
Pese a ello, hay varias voces disidentes. La investigadora de la Universidad de Harvard, Natalia Ramírez Bustamante, por ejemplo, señala que el costo de esta ampliación es asumido por las mujeres en edades reproductivas con oportunidades laborales, por lo que no hay un verdadero “beneficio” en la medida. Ramírez Bustamante, en una publicación financiada por el BID, afirma que existen exclusiones del mercado laboral formal directamente relacionadas con la posibilidad de embarazo de las aspirantes. El costo laboral y social de las licencias de maternidad es asumido entonces por las mujeres en edad reproductiva con salarios inferiores y dificultad en el acceso al mercado laboral formal, pese a tener calificaciones iguales o superiores a las de sus pares masculinos (lo que hace evidente el impacto diferencial de la medida). Esto es grave porque termina afectando lo que se quiere proteger: la maternidad. Según esta investigadora, el decrecimiento de posibilidades laborales en las mujeres de 18 a 30 años termina afectando las elecciones de las mujeres relacionadas con la maternidad. La “bomba de tiempo demográfica”, que señala los bajos niveles de nuevos nacimientos en nuestros contextos, y la afectación a la tasa de reemplazo de la población fundamental para el funcionamiento del sistema general de seguridad social en pensiones, es uno de los efectos no esperados de este tipo de medidas. (Ver: http://www.elespectador.com/noticias/judicial/hombres-no-podran-ser-despedidos-de-sus-trabajos-mientr-articulo-675459).
Pero: ¿Ganamos las mujeres con la reforma? No hay una respuesta única. Los sectores que promueven la ampliación de la licencia de maternidad hablan de un beneficio directo para las mujeres (como un todo homogéneo). Esto es falso. Las mujeres somos diversas y no hay una política pública que pueda favorecernos a todas las mujeres, si favorece solo a las madres (y ya vimos que las “favorece” en un sentido muy estrecho, ya que son ellas mismas las que terminan pagando ese beneficio con menos y peores oportunidades de enganche laboral). Esta es una medida que sí genera efectos positivos para las mujeres trabajadoras de las clases medias y altas que pertenecen al régimen contributivo y planean tener bebés en el corto plazo. Pero para ser beneficiaria de la medida se necesita ciertamente tener un trabajo formal vigente, satisfactorio y bien remunerado.
Colombia es un país desigual en la que la mayoría de las mujeres de las capas bajas de la población está en la informalidad y en el subsistema de salud pertenece al régimen subsidiado o peor, no tiene cobertura alguna del sistema de seguridad social. Pero además de eso, cada vez es más frecuente evidenciar que existen mujeres trabajadoras, de las capas medias y altas (sector al que beneficiaría la política) que deciden no ser madres o que su proyecto de vida esté amarrado a otros objetivos más allá de la maternidad. A esas mujeres tampoco les favorece esta política. Tampoco favorece a los hombres que, cada vez más, reclaman equidad en la distribución del trabajo de cuidado de sus hijos, dejando paulatinamente ese rol que socialmente se les ha asignado como “meros proveedores” de dinero a las familias, muy lejanos de las preocupaciones de las madres (el rol tradicional de los padres como proveedores se fortalece con la reciente extensión por parte de la Corte Constitucional colombiana de la estabilidad laboral reforzada a los futuros padres con mujeres dependientes).
Los beneficios de la política de la ampliación de la licencia de maternidad son diferenciales. El debate sobre la equidad de género se ha sofisticado durante los últimos 20 años en nuestros contextos y hablamos de efectos “no esperados” o consecuencias “cruzadas” de las políticas públicas. Esto implica entender que esta norma entra a jugar con otras regulaciones paralelas que determinan la manera en la que entendemos la maternidad y las responsabilidades derivadas de ella.
Ampliar la licencia para que las madres estén más tiempo con sus hijos y estos sean más sanos, o esperar que el beneficio marginal de la política sea tener “ciudadanos más sanos porque han consumido más leche materna” (como lo dice la autora de la propuesta) es trabajar por un modelo de familia que tiene un compromiso concreto con una singular manera de organizar el mundo. Y esto no está mal, pero está lejos de ser “universal”. La maternidad promovida de las licencias es una maternidad individual, solitaria, exclusiva. Un modelo de maternidad que tiene en la mujer un actor central para responder, organizar, cuidar lo que entendemos por familia. Pero una mirada a nuestra realidad nos habla de maternidades y familias distintas a la monoparental y heterosexual. Tengo varios ejemplos para esto: las madres comunitarias, que cuidan niños de sus vecinas para que ellas trabajen en oficios (no siempre remunerados formalmente), las solidaridades familiares que crean cadenas de mujeres que cuidan sus sobrinos, nietos o primos, para su familiar trabajadora, y las redes de mujeres profesionales que venden el trabajo de cuidado para que otras mujeres puedan conservar sus trabajos o sus profesiones mientras garantizan el bienestar de sus hijos. Seguramente al menos uno de estos modelos de “maternidad” le resultará cercano, por lo que pensar en la “madre” como el sujeto biológico que da la vida, y condicionar beneficios a esa particularidad, resulta al menos limitado.
Lo bueno es que esta discusión ha abierto el debate. En esa apertura, creo que lo fundamental es entender que no existe un modelo único de regulación y de que ningún modelo es bueno per se. Podríamos, por ejemplo, inventar ciudades, lugares de trabajo, espacios privados donde socialicemos el trabajo de cuidado y todos y todas seamos responsables por “los hijos”: centros de desarrollo infantil, parques, bibliotecas. Dejarle solo a las madres la responsabilidad de que el mundo sea mejor puede resultar desproporcionado. Podríamos también incluir o incentivar directamente a los hombres a sumarse al trabajo “materno”. Las licencias parentales, que benefician a un grupo familiar y no exclusivamente a la madre, son otro camino posible para ello. Ya empresas como Colombina, por ejemplo, de la mano de certificaciones de calidad que les exigen estándares altos de equidad de género, aplican políticas corporativas que incentivan los roles de cuidado masculinos. Pero además, ya todos estamos alerta frente al lugar común que beatifica cualquier propuesta que una “las madres con los hijos”. Ya lo dijo, muy honestamente por lo demás, el director de FENALCO hoy: “la licencia de maternidad le causa un perjuicio grande a las mujeres. Detrás de ese “beneficio” se esconde lo que podríamos llamar un regalo envenenado”. La licencia de maternidad aumenta estereotipos en los criterios de selección que evitan la contratación de mujeres en edad reproductiva por una cosa simple: hace que las mujeres parezcan más costosas que los hombres en los esquemas laborales formales. Así que bien, el debate, por ahora, deja varias cosas claras: (i) no todas las mujeres somos madres; (ii) no todas las mujeres somos iguales; y, sobre todo, (iii) no siempre todos “ganamos” con la maternidad. Las mujeres, como las maternidades, somos múltiples, diversas y heterogéneas.